Bocadillo de jamón con tomate

En un bar del centro de Madrid al que acudo, aunque con escasa frecuencia, apenas una vez al trimestre, desde hace años, trabaja un tabernero en el que veo representado el sinsentido de la vida. El bar es pequeño, incómodo y concurrido. Por ser una zona de paso, no cuenta con suficientes clientes habituales, tan necesarios para construir una atmósfera acogedora que compense el malgastar los días sirviendo allí. No se puede concebir un trabajo menos gratificante y sin embargo, desde hace tantos años que ya ni lo recuerda, el tabernero consume tras la barra su existencia. Ha envejecido poco, si acaso se nota en la pérdida de jovialidad, en esa ligera sensación de derrota, el gusto a decepción que ya no se le marcha de la boca. El resto de sí continua repitiendo las mismas rutinas, ya sin brillo, hasta que el final le alcance, igual que a mí, que le miro poner el café y pienso que estoy perdido en el mismo laberinto que él y que ya no me importa encontrar la salida, sólo seguir caminando, ora adelante, ora atrás, sin coordenadas de referencia, esperando que termine el día para repetir mañana lo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario