Mi legado material

Adquiero utensilios que no empleo. La mayoría de mis posesiones permanecen estabuladas, a la vista, acumulando el polvo del olvido. Pero sigo insistiendo. Participo del vicio del consumismo, me nutro de él. Anestesia este perpetuo padecimiento mío. Alimenta la máquina que me mantiene despierto y del cual constituye ya su último combustible, agotados los efectos de mis antiguos antídotos: la amistad, la sicalipsis, la cultura (enumerados en el mismo orden en el que dejaron de hacer efecto). El arqueólogo de mi vivienda concluirá que me encontraba bien surtido; sin exceso, en la justa medida. Pero jamás entenderá que todos estos trastos sólo cobraron sentido en el lapso finito de su compra: Construirse voluntariamente la necesidad, esperar al día de libertad que concede el trabajo, acudir al centro de consumo y admirar diferentes modelos de lo mismo, constatar que sólo te alcanza para el más sencillo, pensarlo mucho, tomarlo y dirigirte a la caja, llegar a casa con ello todavía precintado y la esperanza de una vida mejor. Aquí el orgasmo. Y después perder el interés y arrinconarlo junto a otros despojos del olvido. Y volver a la tristeza hasta que otra necesidad innecesaria despierte de nuevo ese mecanismo motor tuyo, cada vez más defectuoso, que en secreto deseas que termine por averiarse para siempre.

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