Un hombrecillo en gabardina verde, tan raída como su propietario, camina calle abajo, meneando la cabeza con incredulidad, mascullando "repugnante, repugnante" sin apenas mover el ralo bigote de cepillo de dientes, porque acaba de ver un coño en el portal de una bocacalle lumpen adonde ha ido a entregar el sobre con la mensualidad del ciclomotor de segunda mano que ha adquirido recientemente.
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