Cúlpame por querer ver el cuerpo desnudo de mi compañera de trabajo. Admirarlo. Venerarlo. Acariciar sus pechos olímpicos. Por resignarme y describirlo torpemente ante la imposibilidad de experimentarlo. Cúlpame por mis fracasos. Por la manera errónea de afrontar la realidad. Por permitir a la enfermedad conducir sin cinturón de seguridad. Pero no me prohibas desear ver el cuerpo desnudo de mi compañera de trabajo. La silueta divina de sus senos y el vientre cóncavo desapareciendo en las profundidades del pantalón. Porque vivo de esa farsa.
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