Todas las mañanas de camino al trabajo

Ancianas caminan lenta y torpemente bloqueando el paso por la acera, impidiendo a los transeuntes adelantarlas. En calles secundarias, de mañana, sol dorado y hojas verdes, las panaderías ya han abierto, llegas tarde al tranvía, pero la anciana no se entera. Persevera en su ritmo desesperante, ajeno al reloj de diario. La vas alcanzando desde el inicio de la calle y marcas fuerte los pasos para llamar su atención y fomentar que se orille y se deje adelantar por los ciudadanos que tenemos prisa, todos. Pero sus sentidos en decadencia no captan las señales hasta que estás ya sobre ella y tus ruidos son insoslayables. Sólo entonces reacciona, con pavor. Agarra el bolso y se recoge con temblor contra la fachada, esperando el fin y allí se queda sufriendo hasta que pasas. Estimada anciana, no le quiero robar ni asesinar, quiero pasar. Tenga el respeto de no ocupar todo el espacio público, en especial si su movilidad está mermada. Pero, sobre todo, no me haga la doble afrenta de no permitirme pasar y luego asignarme con rencor unas intenciones que no tengo. Que no tenía, porque en este momento le estrangularía a usted con mucho gusto.

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