Miro libros en una librería de arte y todos vienen preñados de erudición. ¿Es necesaria esta hipertrofia intelectual para ganarse el derecho a decir algo, para que otro se interese por tu punto de vista? No soy culto, mis opiniones carecen de un parapeto teórico, no se cimentan en sólidos conocimientos históricos, no las articula una mirada lúcida, ni una sagaz capacidad analítica, ni un poder de comprensión abstracto del presente. No soy inteligente ni tengo nada original que decir. No vengo a abrir nuevas sendas. ¿Son estos los méritos por los que no estoy convocado a participar en la sociedad, por los que no cuento, por los que merezco vuestra indiferencia?
La paradoja que supone el que, constituyendo la amplísima mayoría de la población, a los mediocres se nos aparte de los focos. Nadie nos toma en serio, ni se interesa por nuestra opinión, ni se esfuerza por darla a conocer.
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