A propósito de Elsa

Es tan evidente que no hace falta mencionarlo. Pero precisamente por no verbalizarlo, por sobreentenderlo, se deja de considerar a cada instante como merecería por su importancia. Me refiero a que mi compañera de oficina tiene coño. Que trabajo en el escritorio contiguo, muchas horas al día durante toda la semana y ella tiene coño. Sus mullidos labios vaginales contra el asiento de haya. No quiero reducir a mi compañera de trabajo a esto, en absoluto. Es inteligente y profesional; nuestras conversaciones diarias versan sobre aspectos técnicos del oficio compartido y gracias a nuestra compenetración, hemos conseguido incrementar la calidad de los resultados del departamento. También tratamos asuntos triviales del día a día e intercambiamos opiniones y vivencias de manera tan frecuente, que debo admitir que la mayoría del tiempo soslayo la realidad rigurosa, el coño, a pesar de que por su mediación el presente se torna más rico en textura, relieve y valor. Y ahora quería recordar este dato imprescindible que lo cambia todo, incidir sobre el mismo e inspeccionar mi vida a la luz de esta certeza.

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