Recreas con la mente un episodio y lo elaboras con tal grado de detalle que la sugestión es completa, hasta no saber si lo has vivido. El episodio es acostarte con tu compañera de trabajo. No le has visto las tetas, pero le construyes unas que rellenan las curvas de la blusa que todos los días espías. Adjudicas un color, una textura y un olor a sus ingles. Un ritmo y un tono a sus gemidos. Una humedad a su aliento. Una intención a sus movimientos sobre tu piel, cómo frota los pechos, alza la cadera, te abraza con las piernas musculosas, cómo fija su mirada extasiada en la tuya antes de echar la cabeza hacia atrás en el instante previo a coronar.
Al día siguiente en la oficina, sentado junto a ella, conversando con una intimidad postcoital, te enteras de se ha separado de su novio y tienes que encerrarte en los aseos a llorar.
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