Pura lógica matemática. Mi compañera de trabajo, que en los últimos cinco años, el tiempo que llevo yo en esta oficina, ha llegado por las mañanas a su puesto siempre antes que yo, una media hora antes, según tengo entendido, lleva una temporada que entra más tarde a trabajar, más tarde que yo mismo, que llego algo después de la hora de inicio, aunque nadie me ha llamado nunca la atención.
El fin de semana pasado, metido de pleno en un vacío existencial que los días libres no puedo anestesiar con trabajo, pensaba en esta circustancia, que mi compañera de trabajo llegaba de pronto más tarde, y fijaba sin posibilidad de error en dos semanas el tiempo desde que, de forma tan extraña, había cambiado su costumbre de lustros.
Pues bien, el miércoles me enteré por terceros, durante la comida, de un dato clave: el marido de mi compañera de trabajo se encuentra en paro, de forma voluntaria, desde hace exactamente dos semanas.
Pura lógica matemática. Mi compañera de trabajo disfruta venéreamente antes de la jornada laboral. Mientras yo viajo en autobús por las mañanas, abotargado por el dolor y el sueño, los nervios que tapizan su vagina envían impulsos eléctricos estimulados por el glande aterciopelado que golpea con cariño el interior cavernoso de su paraiso y se traducen, casi en idéntico ritmo, en gemidos de caramelo; en olas de placer que arrasan los sentidos de mi compañera de trabajo y la transportan al limbo donde no rigen las leyes. Llega a la oficina más tarde que yo, inflamada de felicidad y satisfecha en todas las facetas de una vida rotundamente mejor que la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario