Sensación de ser otra

Sentado en el inodoro imagino que soy ella. No se trata de cuestionamiento de género o confusión de identidad. Quiero sentir su cuerpo, sus brazos musculosos, el pelo recogido en una coleta sobre la piel dorada de su espalda, gotas de sudor temblando en la punta de los pezones, los pechos mecidos suavemente, acaso en íntima fricción el uno con el otro, los muslos fibrosos, perfectos, el vientre liso que dibuja una elegante cicatriz natal, rematado por un horizonte de vello exquisito y oscuro, portal a los abultados labios que dejan fluir entre sí un denso chorro de orín. Quiero escuchar la presión escapar entre mis piernas, rebotar contra la porcelana, salpicarme, inclinar esa flexible cintura de gimnasta hasta orientar el surtidor hacia el agua del fondo, removerlo con furia de tormenta, sacarle burbujas. Con los ojos cerrados, el cuerpo sin depilar, sintiendo la energía en cada uno de los pelos. Terminar y levantarme desnuda, sin secarme las gotas de los labios, caminar hasta la cama y sentir cómo me penetras, firme y grueso, como cuando teníamos veinte años y gemíamos de la excitación, hoy un ejercicio físico controlado.

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