Guía del ocio

Hombres agonizando de placer encima, dentro, de mujeres. El glande como el extremo de una antena emisora de ondas lúbricas que se propagan por ambos cuerpos. Y no sólo de ondas. Si se quiere creer a esos jóvenes portentosos de internet, chorros caudalosos escapan propulsados a cámara lenta, cubriendo largas distancias y extensas superficies, habitualmente el propio pecho desnudo donde quedan, traslúcidas, resbalando perezosamente. Un fenómeno que se repite en todas las viviendas del edificio salvo en esta; por todos los vecinos, todos los ciudadanos y todos los compatriotas y extranjeros. Sara, que se sienta junto a mi escritorio en la oficina, con el cuerpo en tensión solapado al de su marido, contacto máximo entre las pieles, apenas una delgadísima capa de sudor sobre la que ambos deslizan ondulando en una frecuencia sicalíptica, gimiendo coordinados, entregados al acto exclusivo de trascendencia, del que no me hablará mañana en la pausa de la comida. Sábanas irrigadas de sopa primigenia que las deja acartonadas cada noche. Un espectáculo privado con varias funciones semanales para el que nunca encuentro una entrada libre.

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