A propósito de Cristina

A la puerta de la oficina se encuentra aparcada la bicicleta de mi compañera. El manillar girado, la rueda encadenada. Refulge el sol de la mañana en la cima del asiento de espuma sobre el que aplasta la vulva todas las mañanas de camino al trabajo, pedaleando esforzadamente, deslizando las superficies de contacto, fricción sicalíptica, sudando, impregnándolo. Sin embargo no acuesto la cara en el asiento paradisíaco, todavía caliente, humeando, no aspiro sus vapores profundos, simplemente empujo la puerta y accedo a la sala de deshumanización.

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