A propósito de Esmeralda

Supongo que no soy el único que, cuando le comunican la feliz noticia de un embarazo, resta meses para hallar la fecha lúbrica de la concepción. La noche de vacaciones en el hotel del Mediterráneo. El fin de semana en la casa rural, esa madrugada de somieres fatigados. La tarde anodina de sábado en el sofá, en la que bromeando te volteó, te arrancó las bragas y te instaló un hijo en el vientre.

Porque no otra cosa son el embarazo y la maternidad que comunicar al Otro, que hacerle saber a los compañeros de trabajo, a los vecinos, al panadero, a todos los puestos del mercado, charcutero, pescadero, frutero, etc., al conductor del autobús y al camarero de la cafetería que entre las paredes de tu dormitorio o del salón, con la ropa en los tobillos y la piel expuesta, te entregas, que convulsionas cuando su cuerpo firme irrumpe en ti, que cierras los ojos y los abres, que suspiras y gimes, que tiemblas de placer, que te concentras para sentirlo dentro, que atiendes curiosa al esperma que rezuma fuera de tu interior cuando él se retira. Esa es la intención cuando nos lo comunicas con una tarta de cerezas y una sonrisa.

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