Abrazar a la mujer vestida como último recurso para mantener viva esta emoción que agoniza, en retirada a las profundidades más lóbregas. La mujer vestida es mi compañera de trabajo en el día de su cumpleaños, de lo que se infiere que el abrazo es un abrazo social, corto, seco, simbólico. Un contacto sobrio que no pretende despertar los sentidos ni adivinar el cuerpo del otro contra el propio. Un abrazo de escaparate del que sin embargo tengo que destilar toda la lubricidad posible pues no va a haber otro roce hasta el año que viene.
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