Jóvenes empujados por la necesidad o la violencia se abandonan a espectáculos pornográficos retransmitidos en directo a hogares de ultramar, donde un sistema muy diferente de garantías sociales pervierte la escena y traduce el horror en recreo. Hombres libres jalean aquellos estertores de lujuria, leyendo sofisticada provocación donde sólo queda sórdida esclavitud. Los unos siervos de las tinieblas, los otros de su propia estupidez; un mundo atrofiado, de soledades, de incomprensión.
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