Declaración de la renta

Quitarle las bragas a Lucía era como descorchar una botella de champán. No porque el tapón se resistera a salir. No porque saltara con un sonoro «POP». No porque la espuma rebosara el borde de la botella; sino porque sabías que la fiesta había comenzado. Pero hace tiempo que Lucía se fue con su olor a lluvia, su pelo limpísimo, sus bragas y su espuma. Y se terminó la fiesta para siempre.

Siempre.

Siempre me impresionó mucho Abel, que se sostenía el miembro con las dos manos cuando meaba. Tantos años después no se ha borrado de mi memoria su imagen junto a mí en los urinarios del instituto, con ambas manos ocupadas y yo suspirando por una oportunidad de ver lo que acontecía allí abajo, con disimulo, apenas un fogonazo de paraiso mientras mantenía una conversación fugaz a modo de coartada y disfraz de mis tiernas intenciones. Un sueño que no se cumplió nunca.

Nunca.

Nunca me beneficié de una de esas famosas becas educativas europeas para ir a follar a otro país de la UE. Completé mis estudios universitarios allí donde los empecé, en la ciudad en la que ha transcurrido mi vida minúscula, en este país de pueblo. Veo en la televisión e internet que existe un mundo de oportunidades más allá de mi Comunidad Autónoma. Pero hace tanto frío y se come tan mal, que mejor acepto este puesto de trabajo aquí y aguanto todavía cuarenta años para jubilarme y poder dar paseos por esta misma ciudad. ¿Quién quiere complicaciones? ¿Has dicho desmotivante? Te equivocas. Ya me quedé sin follar allende las fronteras, a lo demás no le concedo ya importancia.

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