Confesiones arrancadas por la flaqueza autocompasiva.
Tenemos veinte años, estamos solos en tu casa. Dices que todavía no lo conoces, que tienes curiosidad pero no prisa; que no quieres descubrirlo hoy, conmigo. Tus padres de fin de semana en la casa del pueblo, en Segovia, y nosotros a cientos de kilómetros, deseándolo, pero sin atrevernos. Probablemente el día más triste de mi vida.
Nos conocemos poco, eres la nueva. La estudiante de último año de carrera que hace prácticas en verano. Yo soy el joven profesional, con apenas unos años de experiencia y enormes dosis de arrogancia, que se expone exhultante ante ti. A la hora de la comida, casualmente al margen del resto de compañeros, me comentas de pasada que no vas a trabajar el verano completo, que la segunda quincena de agosto vas a la playa, que haces topless, pechos blancos, pezones rosas, vientre plano y piernas de veintipocos años. De pasada, sin acentuarlo. No sé si lo he escuchado o lo he imaginado, pero al instante he sentido los cuerpos cavernosos del pene irrigados hasta la inundación. La segunda quincena de agosto llegará y no habremos llegado al contacto. Tú follarás mucho y yo nada. Probablemente el verano más esperanzador y a la postre el más frustrante de todos.
Cinco años trabajando juntos y jamás has hecho un comentario ni de lejos sexual, como si esa faceta no la practicases, cuando sé, o creo con seguridad, que estás plenamente satisfecha en ese ámbito. Tal vez por ello no necesitas sacarlo del colchón y depositarlo sobre la mesa de la oficina, como hago yo. En verano me fijo a través de las mangas de la camiseta y no encuentro la línea que separa la piel bronceada de la intacta sobre tus pechos. Confiesa que te entregas al sexo en la pradera, cuando nadie mira; que esta mañana antes del trabajo has fornicado y que esta noche repetirás. Me gusta imaginar que tus orgasmos son explosivos, algo que jamás podré verificar.
Aquel domingo, cuando quedamos por la mañana y llegaste tarde, al preguntarte provocativamente si te habías entretenido haciendo el amor me dijiste, con absoluta inocencia, que sí. La erección que me sobrevino todavía la recuerdo y me pongo triste.
Duchas comunitarias. Todas en pelotas en los vestuarios. Alegremente. Viéndose las tetas, los coños, ¡los felpudos! Anécdotas que yo no he vivido.
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