Es el fin

La mujer que tanto nos excita, la compañera de trabajo a mitad de sus treinta, en su punto, el físico por el que tanto he vertido en el suelo del baño, está embarazada. Lo hemos sabido hoy. Ha supuesto para mí una conmoción terrible. Su cuerpo perfecto ha iniciado ya un proceso todavía invisible. Tenemos que hablar de lo que esta noticia implica. Nuestra compañera se ha enfangado. No encuentro una metáfora válida, sólo puede describirse: otro hombre se ha derramado en su interior blando y rosa; cascadas de esperma escurriendo de la vagina, muslos abajo. En su interior un brote se mueve. El vientre se tornará primero mullido, muy apetecible, antes de hincharse obscenamente después. Los pechos atraerán con mayor intensidad aún a nuestras vergas como el norte magnético a la aguja de una brújula. Nuestra compañera, que en sueños nos pertenecía, se entregaba a otros, a tumba abierta, fuera de ellos. Y con esta constatación pierde definitivamente todo el sentido el edificio enfermo levantado durante tantos años. Es el fin.

Letanía

Tu compañera de la oficina. Camiseta de tirantes, voleibol los jueves. Hace el amor.

El vecino del primero. Le has visto tantas veces en la cola del supermercado con la cesta llena de latas de conserva y encurtidos, escuchas los partidos de fútbol y sus amonestaciones a través de las ventanas abiertas del patio. Hace el amor.

Scarlett Johanson. Ha comprado una casa en Lisboa pero al parecer no en el barrio del Chiado. Hace el amor.

Tu ex novia. Sacó las oposiciones al ministerio de Hacienda hace cinco años y se compró un piso de tres habitaciones en la urbanización nueva que levantaron al lado de la casa de sus padres, en el solar donde aparcabas cuando ibas a buscarla los viernes. Hace el amor.

Tu entrenador de voleibol. Su pecho velludo reventando la ridícula indumentaria blanca. Hace el amor.

El abogado que llevó vuestro divorcio. Estaba en la fiesta de Carolina con el grupito de los skaters porque, según me contó alguien, fueron juntos al instituto y cuando pasé por su lado me pareció que hablaban de ir a hacer surf todos juntos en el puente de mayo. Hace el amor.

Tu hermana. Me saca de quicio inventando excusas para que todos los años organicemos en mi casa la comida de Navidad. Hace el amor.

Un taxista. No sabía donde estaba la calle Gallur y pretendía hacernos creer que el camino más corto era atravesando Usera. Hace el amor.

Helechos

Me hace gracia pensar que dentro de unas décadas también se juzgará nuestro presente como una época naif, low-tech y no corroída todavía por el futuro. Que a esta era oscura y tóxica de alienación y dolor la tratarán bajo el epígrafe inocente del panteismo.

Piedra angular

Actividades que comparto con mi novia sin la intervención de los órganos genitales. Tras mucho pensarlo, creo que son cuatro: visitar museos; resignarnos; elegir nuevas gafas; facebook.

Decálogo

Hombre heterosexual tumbado en la cama desnudo junto a mujer heterosexual desnuda, sin contacto corporal pero bajo la influencia de la radiación, de calor y de deseo. Un colchón de metro y medio con dos cuerpos tendidos sin sábana ni protección visual. Los órganos sexuales afectados, ansiando el trasiego que no se produce. La noche avanza y los cuerpos deseosos se duermen anestesiados, el sudor marcando sus siluetas con sal en la superficie sobre la que reposan incómodos. Dos amigos, muchas ganas de frenesí y el respeto mal entendido que no consiguen doblegar. Qué infeliz puede llegar a hacernos la sociedad.

Se pasó el tiempo de enamorarse

No más fracasos adolescentes. Ahora somos adultos. Nada hay más aleccionador que el espectáculo de un hombre autodestruyéndose. Y por una sola vez no me hace falta mirar en el espejo para asistir a este devenir grotesco, doloroso y necesario, de hombres haciéndose trizas mutuamente, tallando heridas en los cuerpos que no se podrán borrar. Es el presente, sois vosotros, soy yo, en este lodazal en el que chapoteamos y morimos despacio.

Admito la derrota

Abrazar a la mujer vestida como último recurso para mantener viva esta emoción que agoniza, en retirada a las profundidades más lóbregas. La mujer vestida es mi compañera de trabajo en el día de su cumpleaños, de lo que se infiere que el abrazo es un abrazo social, corto, seco, simbólico. Un contacto sobrio que no pretende despertar los sentidos ni adivinar el cuerpo del otro contra el propio. Un abrazo de escaparate del que sin embargo tengo que destilar toda la lubricidad posible pues no va a haber otro roce hasta el año que viene.

Hoy hace apenas unas horas

El masculino gesto de aprisionar la erección matutina con el elástico del pijama para no violentar a la familia durante el desayuno del domingo.

A propósito de Cristina

A la puerta de la oficina se encuentra aparcada la bicicleta de mi compañera. El manillar girado, la rueda encadenada. Refulge el sol de la mañana en la cima del asiento de espuma sobre el que aplasta la vulva todas las mañanas de camino al trabajo, pedaleando esforzadamente, deslizando las superficies de contacto, fricción sicalíptica, sudando, impregnándolo. Sin embargo no acuesto la cara en el asiento paradisíaco, todavía caliente, humeando, no aspiro sus vapores profundos, simplemente empujo la puerta y accedo a la sala de deshumanización.

A propósito de Esmeralda

Supongo que no soy el único que, cuando le comunican la feliz noticia de un embarazo, resta meses para hallar la fecha lúbrica de la concepción. La noche de vacaciones en el hotel del Mediterráneo. El fin de semana en la casa rural, esa madrugada de somieres fatigados. La tarde anodina de sábado en el sofá, en la que bromeando te volteó, te arrancó las bragas y te instaló un hijo en el vientre.

Porque no otra cosa son el embarazo y la maternidad que comunicar al Otro, que hacerle saber a los compañeros de trabajo, a los vecinos, al panadero, a todos los puestos del mercado, charcutero, pescadero, frutero, etc., al conductor del autobús y al camarero de la cafetería que entre las paredes de tu dormitorio o del salón, con la ropa en los tobillos y la piel expuesta, te entregas, que convulsionas cuando su cuerpo firme irrumpe en ti, que cierras los ojos y los abres, que suspiras y gimes, que tiemblas de placer, que te concentras para sentirlo dentro, que atiendes curiosa al esperma que rezuma fuera de tu interior cuando él se retira. Esa es la intención cuando nos lo comunicas con una tarta de cerezas y una sonrisa.

Sucesos nocturnos

Te imagino un sábado por la noche, vomitando entre lágrimas en el callejón, detrás de un coche, y me enternezco. Nosotros paseando con el bebé en brazos pasillo arriba y abajo, turnándonos para poder dormir algo, con mal humor pero también con ilusión; con felicidad cuando el bebé ríe, no todo son cólicos nocturnos. Tú en el bar, con la boca estragada de alcohol malo, cautivando con tu baile hipnótico, abrazando a desconocidos, aplastando tus genitales contra los suyos a través de la tela de los pantalones. Ya no tienes dieciocho años, la vida ya no es cuesta abajo y sin embargo decides seguir intentándolo en lugar de resignarte y sentarte horas junto a la cuna, hasta que se duerma el bebé.

El próximo ataque de ansiedad

Una burbuja abriéndose paso lenta, pegajosamente, a través de la uretra hasta emerger por la rendija del glande, minutos después de eyacular. En la soledad de tu apartamento de soltero, salón y dormitorio en el mismo espacio, la cocina en un armario empotrado y tan sólo el aseo separado tras una puerta. La ropa de la semana cuelga arrugada, amontonada sobre el respaldo de una silla y los restos de la cena de anoche se secan sobre la mesita frente al televisor. Es tu vida desde hace once años y probablemente lo será durante el tiempo que te reste. La sensación de la uretra vacía, sus paredes de nuevo replegadas sobre sí mismas, te devuelve un equilibrio que durará muy poco, unas horas de paz tal vez, hasta el próximo ataque de ansiedad.

En una película alguien dice: "I can't change my physical appearance. I can't change my age. I can't change my limitations. I've to accept my fate. I've to accept the misery of the reality of my life." Y yo estoy de acuerdo.